La vida de Jesús transcurrió durante el reinado de los emperadores Octavio Augusto y Tiberio.

El Imperio Romano disfrutaba de la Pax Augusta, un periodo de estabilidad, caracterizado tanto por su calma interior como por su seguridad exterior.

En este contexto histórico, sembró la semilla de una religión dirigida a todos los seres humanos, universal y por encima de conceptos como la patria o la raza: la religión cristiana.

Vivió en Nazareth con su familia hasta que se dirigió a Cafarnaún para iniciar su predicación.

Allí comenzaron a acudir multitud de personas a escuchar sus enseñanzas y otros también con la esperanza de que les curase sus enfermedades. Jesús reunió a su alrededor a los apóstoles, entre los que no debía existir jerarquía: serian como hermanos, aunque algunos como Santiago, Juan y Pedro formaron parte de su círculo más íntimo.

Jesús les decía que haría de ellos pescadores de hombres. Utilizaba parábolas para explicar sus enseñanzas, como la del hijo prodigo, donde el amor del padre al hijo que vuelve al hogar representa la misericordia de Dios hacia los pecadores arrepentidos.

O la del buen Samaritano. Los habitantes de Samaria eran despreciados por los judíos, tanto por sus costumbres idólatras como porque se mezclaron con extranjeros, y Jesús eligió
precisamente a un samaritano para dar una lección sobre la caridad y la ayuda a los necesitados.

Además de las parábolas, también usaba aforismos expresivos como; “si alguien te pegase en la mejilla derecha preséntale la otra” o “no juzgues y no serás juzgado” y “quien no tenga pecado, que tire la primera piedra”. Entre sus seguidores más fieles, también había mujeres, como María Magdalena o como Marta y María que acogían en su casa a Jesús cuando visitaba Betania.

Los niños ocupaban un lugar especial en su corazón.

Un día tomo un niño, le puso en medio de la gente y dijo: “este es el más grande, aquel que es tan humilde como este pequeño es el más grande en el reino de los cielos”.

Una vez, durante su visita a Jerusalén para celebrar la Pascua, vio cómo el templo, lugar sagrado de oración se había convertido en una guarida de ladrones.

Enojado, derribó las mesas de cambio y golpeó con el látigo a los mercaderes. Sus enseñanzas le convertían en un personaje peligroso para las autoridades religiosas. Intentaban tenderle trampas para entregarle a Pilato: “¿es licito pagar el tributo al Cesar? Con su respuesta “dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, Jesús dejó establecida la separación entre el mundo espiritual y lo terrenal.

También dijo: “si yo quisiera, podría destruir este templo edificado por la mano del hombre y en tres días volvería a levantar otro no construido por la mano del hombre”.

Los sumos sacerdotes vieron peligrar su templo y con él sus riquezas y privilegios, por lo que no tardaron en detenerlo y entregarlo al prefecto romano, Poncio Pilato, para que lo
sentenciara a muerte.

Pilato, temiendo una revuelta popular, accedió a crucificarlo en los días de Pascua, y en un acto simbólico se lavó las manos para eximirse de esa responsabilidad.

Pero Jesús había creado ya a su alrededor un círculo de discípulos fieles en cuyo seno depositóel germen de su doctrina, que después se propagaría por todos los rincones de la tierra.